martes, 10 de julio de 2012

Cambiar todo y a la vez nada

Mi mujer dijo que ya no me quería. Le pregunté el motivo. Dijo que se había enamorado de otro. Pedí que me explicara qué tenía él que yo no tuviera. Contestó que no me sabía decir, pero que era un poco de todo. Al final dijo que de él le gustaba su carácter: alegre pero formal, o su físico: alto y moreno, pero pequeño y rubio a la vez. Admitió que era algo extraño de explicar.
Al final lo dejamos.
Un día me los crucé por la calle, nos saludamos y traté de absorber todo lo que pude de él. El resultado fue excelente.
En menos de dos meses me convertí en casi un calco suyo. Tanto a nivel físico como en el plano psicológico. Fue tal el cambio, que a la semana de esta metamorfosis, me crucé en el súper con mi ex mujer y dijo que me veía cambiado. Que le recordaba a su actual pareja. Preguntó si no habría sido un error separarnos. Contesté que debía comprar cereales y me marché.
Huí de la incómoda situación porque yo también había conocido, hacía un mes, a alguien. Era una mujer atractiva pero repelente, que provocaba en mí sensaciones encontradas. Me recordaba —y mucho— a mi ex mujer. Un día me explicó que antes no era así, que había tenido que cambiar porque su marido se había enamorado de otra. Añadió que había conseguido convertirse en la otra, y que él le pidió volver, pero ella no aceptó. También dijo que yo le recordaba —bastante— a su ex marido.
A los seis meses nos fuimos a vivir de alquiler y congeniamos al instante. Nuestros gustos eran similares y las manías —los dos éramos muy obsesivos— se acoplaban con precisión. Además, era fácil hacerle regalos porque gastaba la misma talla que mi ex mujer y las dos odiaban el rosa.
Vivíamos felices, la verdad. El único inconveniente son mis amigos, que no entienden por qué me he vuelto a enamorar. Tampoco comprenden por qué vuelvo a compartir piso. Les digo que no entienden nada, que mi pareja actual no es como las otras y que ella jamás se enamoraría de otro. Insisten en que no aprendo. En fin.

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